lunes, septiembre 05, 2011

!VAMOS A JUGAR! Capítulo IV : ESTALACTITAS TRANSPARENTES


El quedó allí, de pie ante ella, que dejó escapar una lengua rosada y hambrienta que se abalanzó con gula mal disimulada sobre ese glande rojo y suave. El se sintió confuso, pero aquella lengua succionando su polla, esos labios glotones que lamían y engullían, estuvieron a punto de hacerle caer. Nunca, se dijo, no caer en sus redes jamás.  Se separó de aquella boca con brusquedad, con una sensación de fracaso que había comenzado a molestarle. Se giró y le dio la espalda. Luego se colocó de nuevo la ropa y se sentó en la cama a fumar un cigarrillo, de frente a ella, que respiraba ansiosa, con los brazos atados a la silla y las piernas abiertas, entregada. La miró de nuevo mientras la angustia al fracaso, a no estar a la altura de lo que aquella sumisa ofrecida esperaba de él, le consumía y dejaba un tenue residuo gris de restos calcinados, como su cigarrillo.  El fracaso inundó la habitación, tensó las cortinas, arrugó al aire y le dejó, confuso, en un estado de insatisfacción que le irritaba profundamente. Necesitaba encontrar una salida airosa a esa situación que se le antojaba tan idiota. Un juego no es un juego si ambos no se entregan a él con entusiasmo. Ella parecía muy bien centrada en su papel, pero él no acababa de sentirse cómodo.

Se levantó y se dirigió al baño, mientras giraba la cabeza para contemplar de nuevo aquel cuerpo exquisito que esperaba, paciente, por sus órdenes. De pronto, una idea fue abriéndose paso en el cerebro abotargado de Pablo.

Apagó las luces de la habitación y la luz difusa de las farolas de la calle dibujó sombras entre ellos. La desató en silencio y la colocó de cara a la pared. Su rotundo culo, su espalda y aquel precioso lunar, consiguieron hacer que su excitación reapareciese. Se sintió como volviendo a la casilla de salida, tomó la regla de madera y azotó ese culo con devoción. El sonido de la regla de madera impactando sobre sus nalgas retumbaba en el aire y le devolvía el aroma de su sexo abierto y húmedo. Ella gemía a cada golpe y Pablo intuía esos labios rojos mordiéndose, arrugándose de placer. Incrementó la frecuencia y la intensidad de los reglazos, mientras su polla gritaba por escapar de ese pantalón que le quedaba estrecho. Eso lo excitó aún más, y siguió golpeando ese culo de marfil, esa joya barroca, hasta que un reguerillo húmedo comenzó a bajar por los muslos de ella.

-         No te vas a correr sin mi permiso, zorra –le gritó al oído, mientras la cogía por el cuello y le giraba todo el cuerpo, que pivotó sobre el eje de su mano hasta quedar frente a frente.

En los ojos de Eva se atisbaba un destello raro, una luz esquiva. Mientras aún la sujetaba por el cuello con la mano izquierda, sintió la necesidad de hacerle daño. La abofeteó con furia. En ese instante se dio cuenta de que algo se había desatado dentro de ella, pero fue demasiado tarde.

Aquella bofetada salvaje, esos ojos negros en los que bailaba un destello de odio, abrieron una compuerta que derramó veneno en las arterias de Eva. Esos ojos… Ya había sentido esa mirada antes, y aquel hombre vestido de policía, trajo de vuelta a sus células el dolor y la vejación  años atrás, cuando fue brutalmente apaleada por un policía en aquella manifestación a la que nunca debió ir. Esa imagen, como una fotografía en blanco y negro, se había colado muchas noches en sus pesadillas. Su cuerpo reaccionó como si hubiesen activado un resorte instantáneo. Tensó los músculos y en una décima de segundo se abalanzó sobre él, que por la sorpresa, trastabilló. La gorra cayó de su cabeza mientras Eva le mordió en la mejilla, clavándole unos dientes afilados que desgarraron cu carne, mientras con la rodilla, le propinaba un golpe directo a los genitales. Pablo cayó sobre la cama, la camisa azul manchada de gotas de sangre que caían de su mejilla herida, agachado, encogido sobre sus huevos que lanzaban puñaladas de dolor, y una sensación de desconcierto que le congelaba la voz.

Cuando las olas del dolor se retiraron, Pablo levantó los ojos de esa colcha color marfil salpicada de gotitas rojas, y la vio allí, sentada en el suelo, desnuda y desvalida, mientras las lágrimas que rodaban por sus mejillas caían sobre su pecho desnudo y formaban pequeñas estalactitas transparentes sobre sus pezones oscuros.

Invito a continuar esta historia a mi querida Amelie

4 comentarios:

  1. Bien, bien, bien, sabía por dónde tirar, pero no resolverlo. Te hago la ola, me inclino ante tí, te ofrezco mi pluma. Maestra.

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  2. Mil inmerecidas gracias, cielete. Un besazo y a esperar por Amelie.

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